Yo, callado al otro lado de la línea (uno de esos teléfonos de rueda que un chaval de hoy no sabría por donde coger) no paraba de preguntarme qué pedazo de tablero haría falta para recoger todos esos detalles de un juego de mesa. Y lo más alucinante era que, según mi amigo, cada partida podía llevarte a entornos completamente nuevos. ¿Más piezas de tablero? ¿Cómo, demonios?
Pues fácil. No hacía falta un maldito tablero. Bastaba con un papel, lápices, dados y mucha imaginación. Así descubrí los juegos de rol.
Y jugué varias partidas al mítico Rune Quest, un sucedáneo del Dungeons&Dragons con otros dados pero el mismo espíritu, pero mi aventura empezó realmente cuando compré mi primer juego en la tienda de Arte 9 de la calle Cruz, en Madrid. Se trataba de la adaptación del Juez Dredd, un mítico personaje de la británica editorial 2000AD que me había fascinado tras devorar una colección completa de cómics suyos. En un distante futuro, las guerras nucleares han asolado el mundo y la humanidad se hacina en macrociudades más allá de las cuales la realidad se reduce a un mortífero desierto radiactivo lleno de mutantes y otras criaturas terribles: la tierra maldita. Los jueces eran los encargados de impartir justicia en Mega City 1, que se extendía a lo largo de toda la Coste Este de Estados Unidos. Tal es la masificación que el sistema de justicia es incapaz de procesar la ingente cantidad de crímenes por minuto y se crea el cuerpo de jueces, una suerte de policías paramilitares de corte fascistoide que persiguen al delincuente, enjuician y dictan sentencia al momento. Armados con los mejores juguetes que puede dar la imaginación ochentera, era todo un lujo contemplar a Dredd, el más aguerrido de todos, montar su Lawmaster, una suerte de Harley Davidson ciclada y llena de armas, persiguiendo a los malos por una ciudad imposible.
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| Sí, el papel es amarillo (la primera mitad del libro) |
Alienígenas, mutantes, criminales de todo pelo, acción a raudales y mucho cinismo violento. ¿Me dices que puedo crear en la mesa de juego mis propias historias con estos ingredientes? Pues ahí me tienes. Disfruté mucho preparando partidas cortas y campañas (como seriales con metatrama) moldeando a mi manera un universo rico que otros nos habían dado en forma de viñetas hijas de su época. Hay que decir que el juego también era hijo de su época. El sistema de juego era de percentiles y había pocas habilidades para compensar un sistema de acciones innecesariamente complejo. Pero ¿qué más da? Lo importante era la imaginación y pasarlo bien encarnando a tu personaje.

Este juego sigue ocupando un lugar de honor en mi estantería. Mi decano no fue un laberinto lleno de orcos y trasgos, cosa que respeto como el que más, sino las pestilentes calles de Mega City 1 y las habituales guerras de bloques. Hoy han salido muchas ediciones nuevas sobre esta misma temática, pero el Judge Dredd de Games Workshop siempre tendrá la distinción de ser la primera.


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