Splinter Cell Death Watch

 

Cómo nos lo pasábamos con las XBOX de anteriores generaciones y uno de sus personajes insignia, el bueno de Sam Fisher, mascarón de proa de Third Echelon, la enésima organización ultrasecreta encargada de la ejecución de operaciones encubiertas del Tío Sam. La primera vez que oí hablar de Splinter Cell yo estaba descubriendo el género de infiltración con Tenchu, icónico juego de ninjas de la PS2. Cuando me dijeron que había algo parecido, pero en la época moderna, no me lo pensé dos veces. Ya conocía Metal Gear Solid, pero necesitaba algo menos historiado e impregnado de tropos de la narrativa japonesa. Tal fue el entusiasmo con el que recibí las primeras aventuras de Sam Fisher, que pasé por alto completamente su jugabilidad arterioesclerósica, especialmente cuando el sigilo se iba a la mierda y había que pegarse sin más.

La franquicia pasó por varias épocas y los últimos títulos supieron reinventarse y actualizar las mecánicas, haciendo más fluida y placentera la experiencia. Y de ese concepto bebe la adaptación animada que hace Netflix. Bueno, en realidad no es una adaptación de los juegos, sino una secuela, con un Sam ya entrado en años que debe resolver un marrón que no ha causado. Igual es esa reivindicación del perro viejo lo que me ha gustado de la serie animada (ojo con Netflix y su apuesta por lo animado), pero sería injusto limitarlo a eso.

Splinter Cell Death Watch tiene muchas otras virtudes. Para empezar, el ritmo narrativo es muy fluido, va al grano y no se entretiene en idas de olla. Un planteamiento contundente abre la historia y marca un camino lleno de obstáculos fácilmente identificables por los que los protagonistas tienen que pasar hasta llegar a una meta bastante jodida y lo salpica todo con unos personajes llenos de carisma; una suerte de clichés muy bien construidos. Los malos son muy malos, pero molan mucho, y los buenos son antihéroes de manual que salvan el día. Porque los fontaneros del mundo libre no pueden ser ángeles.

La animación es más que decente, y brilla en los momentos de acción, coreografiados con una precisión que recuerda al mejor John Wick, con unos recursos y una astucia que no dejan indiferente. El guion es sarcástico, adulto y ágil. Planta diálogos en esta línea, con una historia que se va deshojando poco a poco y deja rincones oscuros hasta el final. Es, en definitiva, una serie bien escrita y no apta para corazones impresionables. Los capítulos son cortos, ideales para llenar los escasos momentos libres que nos da la vida. Lo mejor es que, después de los 8 capítulos te quedas con ganas de más, y parece que vamos hacia una segunda temporada.

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