Una batalla tras otra, la distopía ya está aquí


Hace unas décadas podríamos haber catalogado Una batalla tras otra como cine distópico, en la línea de Los hijos de los hombres, pero hoy yo la pondría en la estantería de cine cuasi documental. Y esto es porque, sin indicar de forma explícita su ubicación temporal, bebe mucho de la decadencia moral que asola el mundo en general y Estados Unidos en particular. El triunfo de la intolerancia y la conjugación íntima de la ignorancia con el poder son lacras que vemos cada día en las noticias: agencias de dudosa legalidad arrestando y deportando inmigrantes, abusos de poder o ver auténticos indocumentados subirse, llenos de impudicia, a púlpitos donde esputan mensajes que se resumen en declarar las bondades del sufrimiento ajeno, especialmente si ese ajeno son minorías empobrecidas.

Esta película coge todo lo que ya está pasando y te lo mete en las entrañas sin pasar casi por las papilas gustativas. Empieza con un tono oscuro, siguiendo los pasos de unos poco cuerdos activistas estadounidenses que emprenden acciones tildables de terrorismo para defender a inmigrantes cautivos de la policía militarizada que los caza por todo el país. Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio) y Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) son dos de estos activistas, personajes completamente alejados de los luchadores por la libertad que otras películas se empeñan en romantizar; más bien perfectos inadaptados sociales que huyen de sus miserias personales abrazando una causa que los trascienda a lomos de una panoplia de sustancias psicotrópicas. Locura, amateurismo utópico, personajes grises y violencia conforman un cóctel temerario como única esperanza contra el fascismo supremacista blanco. Y eso ya da qué pensar.

Al otro lado una maquinaria aparentemente engrasada de ignorantes intolerantes y fascistas, personificados en un sublime Sean Penn (coronel Steven J. Locjjaw), y que también se alejan mucho del purismo del malo más maniqueo. La única diferencia de estos inadaptados llenos de contradicciones con aquellos que persiguen es que tienen el poder que otorga la maquinaria militar y de represión.

Tras plantar sus piezas sobre la mesa, la película va adoptando tintes de western urbano y comedia de enredo (especialmente con la entrada de otro titán, como es Benicio del Toro (Sergio St Carlos). No sé cómo, pero sin perder la gravedad y las motivaciones intestinas de sus personajes, se convierte en una montaña rusa de violencia y humor casi absurdo que, a diferencia de lo que cabría esperar, te clava en el asiento para disfrutar de un viaje desenfrenado a lomos de un toro mecánico. Diálogos geniales, secuencias de acción y tiroteos aderezan este relato que no se molesta en hacer reflexiones filosóficas acerca de los duros temas que trata, sino que los emplea para contarte una historia de desenfreno puro y diseccionar la esencia del amor paterno filial. Para mí, sin duda, una grata sorpresa viniendo de Paul Thomas Anderson, un director del que te puedes esperar cualquier cosa menos aburrimiento.

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